La habitación está en la parte alta de la mansión, en el ático, y los habitantes de la casa nunca acceden a ella. La puerta nunca está cerrada con llave, cualquiera puede entrar pero nadie lo hace.
Cuando los más pequeños juegan al escondite y uno de ellos se aproxima a la puerta con la intención de penetrar en la estancia, un suave aroma a rosas se va extendiendo por toda la casa, y cuanto más se acerca el intruso, el olor se hace más intenso. Todos saben que cuando el perfume es tan profundo la puerta va a ser abierta y en esos momentos al olor se unen las estridentes voces de los adultos que gritan: ¡NO ENTRES!
Todavía hoy si la puerta es traspasada, durante días, semanas o quizás meses la mansión se inunda de una penetrante fragancia y se sumerge en una profunda tristeza.
Nadie habla abiertamente sobre lo que pasó. La historia se sabe a través de frases perdidas, nunca acabadas. Entre susurros. Era la habitación de María.
María fue la primogénita del matrimonio formado por Federico y Mercedes fue un parto difícil por lo que su madre se negó durante años a tener nueva descendencia. Debido a la diferencia de edad con sus hermanos su compañero de juegos fue Martín, hijo de la cocinera.
Cuando María se hizo mujer su padre mandó que la instalasen sola en la habitación del ático hasta que una de sus hermanas pudiese compartir la habitación con ella. Maria se alegró de la decisión pues nunca mas compartiría la habitación con sus hermanos ya que cuando su hermana Emilia se hiciese mujer, ella probablemente ya estaría casada.
A los 17 años su padre, siguiendo la tradición familiar concertó su matrimonio con el hijo de don Matías, un prometedor político de la época. María nada objetó.
Por defunción de un familiar la boda se retrasó. Al cabo de un año la boda se tuvo que aplazar nuevamente por unas extrañas fiebres que mantenían a María postrada en la cama y de la que únicamente se levantaba para dar largos paseos sentada en el coche familiar conducido por Martín, por entonces el chófer de la familia.
Tras ser examinada por el médico, se fijó la fecha de la boda ya que la extraña enfermedad podría durar días o años y nadie dudaba que la joven estaría bien atendida en su nuevo hogar.
Al no haber conseguido su propósito las fiebres desaparecieron y con gran apatía María comenzó los preparativos de su boda. Durante los tres meses siguientes María fue al pueblo cada día: a la modista a por el vestido, a la floristería a por el ramo... Y siempre en el coche, según ella "como la señora que iba a ser", y siempre acompañada por Martín.
El día señalado amaneció soleado, típico de un día de primavera. La casa estaba más viva que nunca y después de desayunar, tras ser ayudada por la doncella a vestirse, María pidió que la dejasen sola e hizo saber a su padre que, como era tradición, haría esperar al novio.
A las doce, una inesperada tormenta se desencadenó
y don Federico decidió que media hora era suficiente para hacer esperar al novio y ordenó a Martín que subiese a por el último baúl de María y le informase que ya todos la estaban esperando.
Martín entró en la habitación sin llamar, como era su costumbre cuando no había nadie alrededor. Allí estaba ella, bella, radiante, tan blanca como su vestido, tan blanca como el papel en el que dejó su despedida.
En ese momento un deslumbrante relámpago atravesó toda la habitación....
y nadie más pudo ver el esplendor de María porque todo se tiñó de negro y tristeza.
Aún hoy se puede ver el dolor de María reflejado en el espejo
y el amor que nunca murió vive aún en las rosas que Martín le llevó.
FIN.
Tras ser examinada por el médico, se fijó la fecha de la boda ya que la extraña enfermedad podría durar días o años y nadie dudaba que la joven estaría bien atendida en su nuevo hogar.
Al no haber conseguido su propósito las fiebres desaparecieron y con gran apatía María comenzó los preparativos de su boda. Durante los tres meses siguientes María fue al pueblo cada día: a la modista a por el vestido, a la floristería a por el ramo... Y siempre en el coche, según ella "como la señora que iba a ser", y siempre acompañada por Martín.
El día señalado amaneció soleado, típico de un día de primavera. La casa estaba más viva que nunca y después de desayunar, tras ser ayudada por la doncella a vestirse, María pidió que la dejasen sola e hizo saber a su padre que, como era tradición, haría esperar al novio.
A las doce, una inesperada tormenta se desencadenó
y don Federico decidió que media hora era suficiente para hacer esperar al novio y ordenó a Martín que subiese a por el último baúl de María y le informase que ya todos la estaban esperando.
Martín entró en la habitación sin llamar, como era su costumbre cuando no había nadie alrededor. Allí estaba ella, bella, radiante, tan blanca como su vestido, tan blanca como el papel en el que dejó su despedida.
En ese momento un deslumbrante relámpago atravesó toda la habitación....
y nadie más pudo ver el esplendor de María porque todo se tiñó de negro y tristeza.
Aún hoy se puede ver el dolor de María reflejado en el espejo
y el amor que nunca murió vive aún en las rosas que Martín le llevó.
FIN.
Imágenes complementarias.
Aunque tengo que hacer unas pequeñas modificaciones espero que os guste.
Un saludo, Eva
Un saludo, Eva